¿Dónde está la verdad?: cuestionando la realidad en «Consumidos» de David Cronenberg

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“Decidme la verdad, ¿aún estamos en el juego?” le preguntaba a Allegra Geller y a Ted Pikul uno de los integrantes del grupo encargado de probar “eXistenZ”, un juego de realidad virtual. El juego, que da nombre a la película de autoría del cineasta David Cronenberg, presagia una realidad objetiva y cada vez más cercana- los jugadores se conectan a unas vainas con el fin de vivir experiencias y realidades subjetivas que no están a su alcance. Una obra visionaria, al igual que lo fue R.U.R. De Karel Capek o “Matrix” de los hermanos Wachowski. Pasada una década desde el estreno de “eXistenZ”,  el reputado e identificable director Cronenberg debuta como escritor con Consumidos (Anagrama, 2016).

La historia de Consumidos se desarrolla en torno a una investigación, derivada del hallazgo del descuartizado cuerpo de Célestine Arosteguy. Célestine, junto con su marido Aristide formaban una pareja de la élite intelectual francesa: la filosofía arosteguiana, estrechamente relacionada con el marxismo y el consumismo, abunda en planteamientos tan transgresores e interesantes, que lamenté que sea ficticia. A medida que transcurre la trama, el lector, como si se hubiese conectado a una vaina que transporta a una realidad alternativa, toma parte en la investigación. Las pistas no son explícitas, los acontecimientos- muchas veces impredecibles. Según se adentra en la lectura, crece la sensación de empatía con los personajes principales, cuya personalidad se va delimitando página tras página.

Si estamos ante un buen libro escrito por un cineasta, ¿es posible que la diferencia entre dirigir una película y escribir una novela no sea tan abismal? ¿Estamos ante un “todo vale” en la producción artística? ¿Puede un lector de Cronenberg abstraerse de su renombrada autoría? Para mi vergüenza debo reconocer que mi primer contacto con este autor canadiense ha sido precisamente literario: el interés por su filmografía ha sido posterior. Y ya desde el orgullo admito que se trata de una experiencia muy enriquecedora: existen directores, existen escritores, y luego existen los artistas. Son estos últimos los que disponen del poder de creación de mundos y de emocionar o angustiar incluso hasta que el receptor somatice la sensación físicamente. La producción artística de Cronenberg lo hace. Desde las primeras páginas asombra la atención y el cuidado puestos en las descripciones, la abundancia de los detalles presenta ante el lector una realidad verosímil. Son sobre todo términos y objetos tecnológicos como ordenadores y cámaras de fotos los que compiten por el protagonismo con sus usuarios. Y estoy firmemente convencida de que si existiera una corriente literaria llamada “Naturalismo posmoderno”, -con el permiso de Zola y Eco-, Consumidos sería su obra paradigmática.

La impronta estilística de Cronenberg es fácilmente identificable: la exploración psicológica del individuo, el contraste de la realidad objetiva y la subjetiva, la alteración y el horror corporal-  el artista es fiel a su temática predilecta. Especial interés presentan cuestiones de problemática tan actual como lo son las funciones multitarea, la dependencia tecnológica, la apotemnofilia o la eutanasia. Los acontecimientos están dispuestos de tal manera, que la conciencia lectora cae rendida ante el ansia sensacionalista que consume al Mundo.  La realidad objetiva y la realidad virtual pierden la nitidez  de sus límites y se saturan al puro estilo de “eXistenZ”: la realidad subjetiva cada vez es más perfecta y los criterios para distinguirla son ambiguos. Resulta completamente transgresor el planteamiento y la solución que ofrece el autor sobre la conexión entre cuerpo y realidad. El personaje de Célestine encarna la frágil seguridad de la acción de ser en el tiempo y el espacio: ¿somos el significado o el significante?

En definitiva, Consumidos no es una lectura condicionada por la producción cinematográfica de su autor- tiene fuerza suficiente para una existencia autónoma. Intensa, transgresora, con matices de angustia, la impresión que causa no dejará indiferente al lector. Me gustaría hacer hincapié en un factor casi mágico para los conocedores y seguidores de la filmografía de David Cronenberg: Consumidos hace posible la experiencia de reproducir el mundo alternativo de Cronenberg a partir de su texto. La experiencia de dirigir la cámara, seleccionando enfoques y encuadres, siendo partícipe del acto creador.

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Reseña de «La guerra no tiene rostro de mujer» de Svetlana Alexiévich

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El pasado año 2015 permanecerá en la memoria de muchos como un año fuertemente marcado por ataques terroristas, atentados y desequilibrios financieros. La profunda crisis moral en la que se encuentra sumida la Humanidad deja de manera constante en las noticias las huellas de sus pasos por el mundo. La vulnerable felicidad humana, falsamente ligada a la producción de beneficios sin reparar en las consecuencias, clama una revisión de valores.

En este contexto se le concedía el Premio Nobel de Literatura a Svetlana Alexiévich por “sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”. Se trata de una producción que se define como “novela colectiva” y cuya dominante temática es la guerra. Una importante cantidad de testimonios de aquellos, que vivieron la Historia, nombres y apellidos de personas a las que estamos más acostumbrados a ver de forma numérica. Sin embargo, la novedad trae consigo la polémica: la producción literaria galardonada, en gran parte, es una recopilación de entrevistas realizadas por Alexiévich.

Es el caso de La guerra no tiene rostro de mujer, editada en español en 2015 y escrita en la década de 1980. El título de la obra es un eco intertextual de una cita de la novela La guerra bajo los tejados (Vojná pod krýshami) de Ales Adámovich: “La guerra no tiene rostro de mujer. Sin embargo nada ha calado en la memoria de una forma tan fuerte, dura, terrible y hermosa como los rostros de nuestras madres” (traducción propia). Efectivamente, en el imaginario colectivo la guerra está formada por soldados bajo el fuego enemigo y sus madres consumidas por el sufrimiento en la distancia. Por ser una imagen estereotipada no deja de ser realista, no obstante, ¿qué ocurre cuando el soldado acaba herido o muere en el frente? Svetlana Alexiévich recoge los testimonios de las mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial: enfermeras, lavanderas, cocineras pero también francotiradoras, soldados, ingenieras, mecánicas y zapadoras. Las historias femeninas del bando soviético distan mucho de la Historia contada por los hombres- aquella versión heroica que hacía los coros en los panegíricos al Tirano. Nos encontramos ante la parte más humana y misericordiosa de la guerra, que no por ello es menos valiente. Porque hace falta mucho valor para no desprenderse de los sentimientos que nos hacen humanos en una situación de guerra, en la que se borra la frontera que separa lo bueno de lo malo. En el caso de la obra de Alexiévich la temática bélica encierra cuestiones como la pérdida de la belleza femenina durante el combate, una juventud marcada por la guerra o el alto precio de la Victoria. La altivez del sistema soviético que pone en duda La guerra no tiene rostro de mujer ha sido también tratada en la misma década de 1980 por Grossman en Vida y destino (1985), dos lecturas singulares, que no únicas, que plantean la semejanza de dos regímenes totalitarios: el nazismo y el estalinismo.

La polémica que acompañó la concesión del Premio Nobel de Literatura se debe principalmente a la forma de la producción literaria de Alexiévich. Se trata de los testimonios sin un orden cronológico, ordenados por bloques relativos a una temática. Estos bloques están acompañados por los propios textos-monólogos de Alexiévich, en la mayoría de los casos son pequeños prólogos cuya reflexión está relacionada con la temática del bloque o con las historias de las entrevistadas. Por último, la obra cuenta con un índice que, según mi punto de vista es un interesante metatexto: los títulos de los bloques seccionados contienen palabras que el lector encontrará dentro de los testimonios, resaltando de esta manera lo más llamativo de cada relato.

Sin embargo, es importante tener presente el contenido: nos encontramos ante una obra que refleja las consecuencias de una guerra, de un sistema totalitario –El fin del “Homo sovieticus”– así como las consecuencias del uso excesivo de la tecnología –Las voces de Chernóbil-: en todos los casos se trata de resultados catastróficos. Tampoco nos olvidemos del contexto en el que la periodista realizaba viajes por la Unión Soviética para reunir unos testimonios nada halagadores para el Sistema.

En definitiva, me gustaría pensar que cuando una obra –o una producción literaria- recibe un galardón como lo es el Premio Nobel de Literatura, pasa a un nivel de en el que se valora el mérito y la maestría del autor. Y digo que me gustaría porque reconozco que, a veces, padezco de la ingenuidad de pensar que un Premio Nobel se concede primordialmente por causas literarias. En el caso de la poética de Svetlana Alexiévich en general, como de La guerra no tiene rostro de mujer en particular, es probable que la concesión del Premio haya puesto en entredicho el mérito en cuanto a la maestría de la autora. Sin embargo, quiero reivindicar que una obra literaria tiene derecho de ser leída fuera del contexto de un Premio Nobel, sobre todo cuando a su publicación y a la concesión del mismo las separan treinta años. Porque más asombrosa que la razón de la concesión del Premio es la actualidad de la que goza la problemática que plantea el conjunto de la obra de Alexiévich.

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